¿Quien vive aquí?

El Master -Cesar Cervantes - Difunto Músico en La Casa Centro Cultural - Por Andrés Belalcázar - Medellín

¿Quién Vive Aquí?

Retratos del centro de Medellín

Fotografías:

Jose Vecino

Vinci Andrés Belalcázar

Producción, textos e investigación:

Ana Maria Betancur

Julieth Gómez

Vinci Andrés Belalcázar

La Dany

La noche nos arropa y el parque Bolívar se inquieta, desespera. Los escalones que rodean la estatua del libertador se llenan de gente; el mismísimo Palomo mira de reojo para ver si ya llegó La Dani.

Una niña de sonrisa encendida, la niña más paisa del mundo, le grita con saña y felicidad: ¿Hasta qué horas pueshh? Y el público ríe mientras trata de atisbarla en lo oscuro.

Dany trae el teatro ‘al hombro’ y el mundo en la mirada. ¡DE MALAS! Les responde. ¡SE AGUANTAN! Y el parque es una sola carcajada.

Dany tiene tres edades: en escena bordea los ochenta, para despertar envidias y esperanzas; en la cédula un número del que ya no quiere acordarse; la otra es la edad del juego que hace inmortales a los niños.

Después de disponer la escenografía, que cabe en una carreta mediana, levanta los telones invisibles, se presenta y arranca por ordenar su universo.

‘‘Vamos a ubicar la gente: los del poblado… de matas, los del popular, gente a la que se le cae el cabello, a este lado; Habitante de calle… a este lado; gente desplazada por la violencia, venezolanos…  a este lado; vejestorios… a este lado; marihuaneros… a este lado; la gente obesa, gente que ejerce la prostitución… acá.’’

Y así, ahora somos todos verdad y mentira, público y coro, resumen de lo humano. En serio y en broma, sin miedos en el tratamiento, van apareciendo los temas del maltrato infantil, la violencia de género, el asesinato, la telenovela, el desplazamiento, la ética, la injusticia y el sin sentido. Sin tapujos nos grita lo que otros artistas sostienen con las pinzas del miedo. El exorcismo no se detiene un segundo.

La verdad, cuando ella la nombra: puta, puto, desplazado, veneco, victima, victima, dolor, dolor, dolor, RISA. Dany nos cura el alma restregando la herida, limpiándola descaradamente.

Vinci Andrés Belalcázar

Abraxas Aguilar

Se le ve caminar todo el centro, un día entre la calle La Paz o la avenida La Playa, al otro El palo o todo Junín. Bajo su brazo lleva revistas, libros y enciclopedias. La vida condensada en imágenes y palabras. Lleva lo que van a ser los recortes que cuentan y que nos cuentan, la selección minuciosa de la historia.

“Uno habita donde esté, yo vivo mi cuerpo. Para mí, el centro de Medellín significa economía de tiempo, de dinero. Evito la contaminación, o sea tengo todo el Valle de Aburrá a media cuadra… La oferta de servicios a la gente del centro por ejemplo en salud, la educación, en fin… pero Medellín ha cambiado, ya no tiene la cultura de hace 60 años atrás. De Medellín ya simplemente quedan los recuerdos, o sea que el centro para mí en un momento determinado es ver la transmutación, la transformación, la transculturación ya que yo soy muy trans”.

Simbología, superstición, magia y transformación hacen parte de su discurso y vida, temas que no se escapan en su obra de collage.

Antes de su transformación, desempeñó cargos públicos en los que fue la manda más y hasta se lanzó a la presidencia del País. Su profesión de toda la vida ha sido el derecho y la sigue ejerciendo de vez en cuando. Como collagera lleva casi 35 años, se transformó ella y también su casa que se ha ido convirtiendo en una obra de arte.

Dos gatos, Luz y Doble Cero, guardan y acompañan a Abraxas, mientras pega cada recorte en el lugar que cuidadosamente otorga al sentido inesperado que se crea en el collage.

Julieth Gomez

Jorge zapata

Jorge es como un personaje de sus cuadros, la amplía y esquiva sonrisa; las gorras y la ropa de colores, los ojos claros y un recorrer el centro con gusto y sin miedo.

Sentado en una esquina del sector de los puentes, por el viaducto del Metro, es como ver a un adivino que está ahí porque sabe que algo va a pasar. Ese es su sitio, es el lugar desde donde observa el mundo.

Para algunos el arte podría ser la interpretación de los sueños o los estados más elevados del alma y la consciencia, pero en la obra de Jorge uno se encuentra con el regalo del misterio que es la vida diaria; las historias de todos lados: de los travestis, los atracos, el interior de los inquilinatos. Su obra enamora porque está llena de color y vida. Lo que normalmente no queremos ver, nos seduce. La parte más humana de una ciudad llena de contrastes, de dolor y de sin sentido.

Carlos Ciro Velásquez

Él mismo se define como un paquidermo; y si bien es grueso y de paso lento, recorre el mundo de las letras y las palabras con bastante agilidad, siempre con asombro de encontrar en ellas su propio rumbo. Las palabras lo envuelven y lo movilizan, le dan esperanza.

En los últimos años, Carlos Ciro Velásquez se había dedicado a compartir poemas y comentarlos con quienes se animaban a visitar la Corporación Cultural La Bisagra. Ubicada dentro de La Casa Centro Cultural. Desde su nacimiento en la Clínica León XIII, cuando fue llevado en brazos a una casa en Prado, poco se ha movido del centro de la ciudad.

“Del centro me gusta el caos, pero no el bullicio; me gusta la agitación pero no el calor; me gusta el anonimato que posibilita esa confluencia de gente. Aunque por todas partes hay gente conocida, hay más posibilidades de pasar como un desconocido”.

Ana Maria Betancur

Soraya Trujillo

Son las luces y sombras las que nos poseen. Es el telón que cae y vuelve a subir una y otra vez cada mañana cuando empieza el show que va marcando nuestro tiempo. Soraya es consciente de esto y se entrega sin medida a la escena, al momento. Su tiempo le pertenece al teatro. Soraya Trujillo, se entrega sin ninguna restricción a la vida.

“El centro está en uno. No es que yo represente al centro, el centro me hace los pliegues en la piel, el centro es mi exterioridad por lo tanto es a su vez mi interioridad. Cuando uno vive entendiendo esa exterioridad tiene que ser otra la piel”.

Estudiosa del teatro, decidió convertirse en la operadora de su propia escena; y así, desde 1992, creó la Corporación Artística Imagineros de Medellín.

“El arte abre referentes, y la amplitud de referentes ayuda a vivir la vida ante las situaciones extremas como la enfermedad y la muerte. Uno en el arte vive sensaciones que entiende y puede explicar, a las que da sentido. El arte es eso que ve y dice: ya entendí este sentimiento que tenía y no podía explicar”.

“El centro para mi es la cohabitación de todo el mundo, es ahí donde se disuelve sobre todo la clase, es donde están todos. Es de los lugares que rompe más la exclusión en Medellín. Es lo esquizo y no tiene que llevar necesariamente a un final o un inicio. El centro es alteridad. No es el pensamiento ordenado, la vivencia ordenada, donde más vive la diferencia, aquí habita también lo que la sociedad no quiere mostrar”.

Teresita

Teresita es de Yolombó, como la marquesa, pero a diferencia de ella su camino de libertad y transformación lo ha creado en la ciudad. Quería ser trabajadora social, pero terminó siendo educadora; aunque luego cambió las aulas de colegios y universidades por las galerías y las calles.

Llegó a Medellín para estudiar y nunca se fue. Se convirtió en gestora cultural cuando el término no había sido puesto aún en los programas académicos y lo llenó de sentido buscando oportunidades nuevas para espacios y artistas de la ciudad.

El trayecto definitivo para quedarse en Medellín lo hizo en sus veinte, pero siempre viajaba a la ciudad con su abuela a escuchar la retreta del Parque Bolívar. Sentada en la rotonda donde cada mes la música invade los rincones del parque, sonríe al decir que ese es el primer recuerdo que tiene del centro: un viaje en tren, la parada para el concierto y luego una tarde de tertulia en casa del compositor Carlos Vieco. Esas historias te hacen pensar que de alguna manera su vida iba a terminar hecha arte.

Con sus primas conoció la movida cultural, las noches de la eterna primavera y tiempo después con sus amigos, llegó a los lugares que algunos llaman marginados. En Barbacoas la conocen, aunque muchos no sepan que hace, le dicen que si es periodista y que la recuerdan porque en diciembre llega con regalos para los niños.

De la mano de algunos artistas cómplices ha llenado de color el horizonte del centro. Rostros y aves te miran desde los muros de concreto. Conocerla es saber que uno es de todos los lugares donde pone el corazón, y que para amarlos hay que vivirlos desde el amanecer hasta la noche, en sus subidas y en sus bajadas, en el color de los cuadros y la dulzura de la música, e incluso en el gris de las calles y el misterio de los lugares prohibidos.

Elkin Obregón

Por la ventana del segundo piso sale una mano muy blanca y nos arroja las llaves de la casa, después Elkin nos diría que no sale de ahí más que para lo necesario, una explicación simple a ese gesto de confianza con unos extraños.

Vive en una casa grande cerca a la Av. Oriental. El lugar era de sus padres, y es una edificación casi inmaculada en su estilo tradicional, con sus habitaciones conectadas, la cocina abierta y una ducha a cielo abierto en el patio.

Le construyeron un zarzo, que funcionaba como sala de estudio para Elkin y sus hermanos; ese espacio hoy es su guarida. Allí tiene todo lo que necesita, es sala de lectura y de trabajo, comedor; allí pintaba. Allí ve televisión y recibe a las visitas.

Atribuye su encierro a un desencanto general por la ciudad y especialmente por el centro. Para Elkin este espacio perdió todo lo que lo hacía interesante. La casa es su refugio en medio de un entorno que para él ahora es hostil. Como escritor, caricaturista y traductor, uno pensaría que es alguien que necesita estar en constante contacto con el mundo, es difícil imaginarlo encerrado, pero es la vida que le gusta, entre los libros, los pinceles, los colores y las películas.

Es fascinante escucharlo hablar del pasado, de los cines del centro, las librerías, los cafés y las tertulias. De un pasado irrecuperable y un presente ajeno.

Ramiro Tejada

“Aquí está la historia, está la memoria y el patrimonio. Es poner a hablar la Plazuela de San Ignacio con las palomas, con los jugadores de ajedrez que también tienen su propio nicho, todo habla”.

Si alguien puede hablar de los cambios de la ciudad, casi que con voz de viejo sabio, es Ramiro Tejada, actor y abogado que se acuerda de casi todos los nombres de los edificios emblemáticos de la ciudad. Tejada es, sobre todo, un ciudadano empoderado y ¿por qué no? paseante acérrimo de estas calles que se detiene a hablar con palomas y edificios para conocer sus secretos.

“El deterioro del sitio ha sido grave porque apenas estamos volviendo a recuperar el verde de la oriental. Casas de memoria histórica se han perdido y se han convertido en inquilinatos. Cada vez se vende más barato en el centro y se compra una casa para hacer un parqueadero”.

Cuando Ramiro Tejada habla, es inevitable pensar que lo está haciendo desde la faceta de actor o abogado, pero la voz que últimamente resuena, es la del ciudadano que habita el centro y se deja habitar por este.

“Para transformar el centro se debe hacer desde varias líneas. Desde las artes plásticas se pueden hacer cosas en la ciudad y no es solo pintar un muro. Desde la música es necesario poner varios escenarios en diferentes lugares, no solo en el Pablo Tobón… En fin”.

“El centro es una sinergia, una serendipia. Es un lugar donde te encuentras con el asombro. Te encuentras una aparición de Cantinflas con un sombrero mágico, pidiendo pan o 200 pesos. Encuentras al maestro Cervantes o escuchas el eco lejano de su saxofón” y es ahí donde está el espíritu de quienes viven aquí.

Jorge Uribe

Contra un fondo azul cielo se levanta un enorme guayacán amarillo, hacia el camina una mujer que le da la espalda al público y de la cual vemos su cabello trenzado, es Ethel Keesler Gilmour, la razón y la causa por la que conocimos a Don Jorge Uribe.

A él necesariamente hay que decirle Don, porque es como uno de esos caballeros antiguos, de voz calmada, atento, cabello blanco y trenzado, que ahora camina lento apoyado en un bastón. Es arquitecto de profesión, pintor y fotógrafo; vive en un apartamento frente al Parque Bolívar.

Entrar en su casa es conocer el paraíso privado que construyó junto a su esposa, un universo con cielos azules, aves; un cuadro de Ethel donde él habita, testigo de sus sentimientos y guardián de su memoria.

La edad lo ha reducido a estar más tiempo en casa, desde donde contempla la ciudad por un ancho ventanal y continúa llenado de arte la sorprendente galería en que ha convertido su hogar.

Le gustan mucho los animales, todos los días pinta y cuenta que le dicen que su arte es ambiguo. Fue testigo de la violencia del narcotráfico, de como las cosas se pusieron mal.   Él y su esposa lo denunciaron a través de su arte.

Pasó toda su vida en el centro y reconoce que este territorio ha cambiado. Y que en ese cambio hay muchas cosas que no le gustan. No se va porque no se siente con la fuerza suficiente, son tantos los objetos y recuerdos en su casa que irse sería un proceso caótico y doloroso de desarraigo.

Por eso se queda, acompañado por la presencia reinante de su esposa. En la biblioteca los vemos abrazados en un foto recortada y puesta encima de un cuadro, una entrada a esa vida juntos; el recuerdo de un amor que hizo que ella viniera desde Estados Unidos y se quedará a reconocer, en las manifestaciones de nuestra cultura y en el dolor de la guerra, un pueblo que se vio reflejado en su arte. Los dos, a su modo, son un ejemplo de resistencia contra la guerra, contra el dolor y el olvido.

Rafael

– ¿Entonces sos abogado?

-No. Yo hice todas las materias. incluso vi las de trabajo de grado, pero en ese tiempo me había metido a unos talleres de arte y al final dejé el derecho.

Así empezaba a responder una pregunta en la que la conclusión de Rafael era “Los juguetes me salvaron la vida”, y que remató con una sonrisa.

A él lo encontramos en un taller que se esconde tras una puerta roja, rodeada de flores; queda en los límites del centro, por el barrio El Perpetuo Socorro, y es  el lugar donde funcionó el museo del juguete. Un proyecto que inició cuando encontró un carrito que había tenido en su infancia, y que se convirtió en el primer paso para darle rienda suelta a su afición de coleccionista.

Al entrar al taller se ven muchas cosas, todo parece sacado de un libro o una película. Hay juguetes de todos los tamaños, artefactos que parece que harán parte de una invención extraordinaria. Del techo cuelgan aves, animales con grandes alas y formas mitológicas, barcos hechos para navegar el cielo; todo parece sacado de un libro de Julio Verne, y en medio de ese orden peculiar y bajo la luz que se cuela por un resquicio del techo sonríe su creador.

Rafael dice que es disciplinado y puntual, casi siempre está en su taller y los domingos aprovecha para ir al centro y buscar en los mercados de objetos de segunda, tesoros que rescatar que integrarán una de sus colecciones o volverán a la vida en sus manos.

Es casi impensable que hoy alguien pueda vivir de hacer juguetes, pero él lo ha hecho. Con su ingenio construye objetos que solo se encuentran en el mundo de los sueños.

Pulsa aquí para añadir un texto

Pulsa aquí para añadir un texto

© Copyright - Memoria Visible - Dirección y Diseño: Andrés Belalcázar
error: Apoyamos los derechos de autor