Conocido entre los ribereños como “El Patrón Mono”, el río Cauca es según ellos el empleador más grande de toda la región y su subsistencia ha estado ligada a él desde los primeros asentamientos en el territorio. Dicen del río que es el único que siempre ha dado de comer a los pobres y pronostican su muerte por los daños ambientales y culturales a los que se ha sometido: la captura de sedimentos por el represamiento, que impide el desarrollo de las actividades de minería artesanal; la disminución del caudal que durante la primera semana de febrero de 2019 ocasionó la muerte de cientos de peces aguas abajo de la represa; y la privatización por causa de la declaración como utilidad pública del área de influencia de la obra.
El 7 de febrero de 2019, 3 días después de iniciada la emergencia por la sequía llegamos a Puerto Valdivia, y siguiendo el rastro del agua nos encontramos con los campesinos, de tradición barequeros y pescadores; con sus historias, sus peticiones y un cuestionamiento: ¿de qué desarrollo se habla en casos como éste?
Un río, dos ideas de desarrollo
Los relatos de este especial se centran en las entrevistas a voceros sociales y habitantes de las veredas conocidas como “Tapias” y “Remolino” en Puerto Valdivia Antioquia; fueron realizadas durante la primera semana de febrero en que el país volvió a mirar al bajo Cauca antioqueño por la reducción del caudal del río en lo que muchos han llamado una de las mayores catástrofes ambientales de la historia del país.
Mauricio Madrigal es barequero de toda la vida, vicepresidente de la Asociación de pequeños mineros artesanales de Valdivia. Para él ver el río Cauca en las condiciones que tiene es un gran dolor, en su momento por el bajo caudal, pero principalmente por la riqueza que se está quedando atrapada en la represa. Mauricio reclama principalmente que ellos tenían una forma de vida, un desarrollo propio con una economía sostenible y comunitaria. Con la construcción de la obra todo se acabó, Puerto Valdivia se quedó sin oportunidades.
Puerto Valdivia
Puerto Valdivia es un corregimiento del municipio de Valdivia, ubicado en el departamento de Antioquia; es punto de conexión entre la ciudad de Medellín y la Costa Atlántica.
Las personas
Cecilia, tiene un rostro fuerte y lleno de nostalgia. Nos dijo que la podíamos buscar en “Remolino”, al llegar nos encontramos con un lugar de puertas cerradas, paredes caídas y atrapadas por la maleza; fue el lugar del que tuvieron que huir más de 80 familias; elegir entre dejar sus casas, sus cosas, su vida, o ser arrastrados por el agua.
La historia de Cecilia es similar a la de las otras personas con las que nos encontramos. Quienes vivían en este lugar eran campesinos, que tenían como principales oficios la pesca y el barequeo. Cuando había peces, pescaban, cuando los peces se iban tomaban la batea y al agua a seguir la pinta del oro. Todos saben barequear, los hombres y las mujeres, también los niños; desde muy jóvenes se les pasa el conocimiento ancestral del mineral, de las aguas y del respeto al río, con el que se gana la buena fortuna.
Es importante decir que esta zona ha sido ampliamente afectada por el conflicto, allí han hecho presencia frentes de las FARC, paramilitares y otros grupos armados. Convivieron con el desplazamiento y la muerte, flagelos que ahora se repiten de manos diferentes.
Desde ese día abandonaron sus hogares y no han encontrado reposición ni de las propiedades ni de los bienes que estaban dentro. Familias que habían vivido siempre juntas ahora están dispersas por diferentes municipios, ya no hay en que trabajar, no hay una solución visible a corto plazo, y aguas arriba la presa sigue amenazante como símbolo de un futuro incierto y lleno de temores.
Voces e historias
Cecilia
Cecilia es líder social y una doliente de su comunidad. Es desplazada del lugar donde nació y se crió “Remolino”, ella y su familia llegaron ahí antes de que existiera como vereda; son parte de los fundadores de ese lugar que ahora no pueden habitar.
Reclama a EPM la falta de soluciones definitivas, ya que no pueden regresar a su hogar pero tampoco les han dado otro, les quitaron su espacio y su trabajo; además separaron a las familias, que se fueron en búsqueda de oportunidades.
En la fotografía, Cecilia se encuentra dentro de la casa abandonada de su madre, quien tuvo que irse de la vereda tras más de 60 años de vivir allí.
Virtud
Doña Virtud es una persona que ve a alguien interesado y le dice “venga conozca mi casa” que es casi como “Venga conozca mi historia”. Ella vivía con su esposo y sus nueve hijos
en una casa de dos pisos de la vereda Remolino, unos estaban arriba, otros abajo, pero estaban juntos.
Después de la inundación su familia se separó, algunos hijos se fueron a otros pueblos y ella y su esposo ahora viven en una finca con un hijo discapacitado. Esa es una de sus principales angustias, ya no tienen los recursos económicos ni la facilidad de transportarse para llevar a su hijo al médico.
Doña Virtud ya no puede vivir en su casa, por ello fue beneficiaria de los apoyos económicos de EPM durante 4 meses; luego el subsidio le fue suspendido y hasta el momento no lo ha podido recuperar.
Luz Marina
Marina llevaba 34 años viviendo en Remolino y se desempeñaba como barequera. No estaba cuando ocurrió la inundación, le avisaron y quiso cruzar el río para llegar pero ya no pudo; volvió al día siguiente para encontrar que lo había perdido todo.
Ella vive con su esposo, sus hijos y su madre; y el principal problema que tienen es que en cualquier otra parte los arriendos son muy caros y los subsidios económicos a duras penas les alcanzan para subsanar los gastos, en medio del desempleo y la escasez económica que afecta al corregimiento de Puerto Valdivia.
Marco
Don Marco recuerda que él en Remolino vivía muy bueno, se reunía con los amigos para salir a pescar cuando había subienda, a cuidar los animales o a buscar oro; se compartían lo que sacaban del río o el arroz cuando alguno lo necesitaba. Él con su familia salían de la finca en la que trabaja y llegaban a la vereda cuando tenían que hacer vueltas o debían llevar a su hijo discapacitado al médico.
Cuando no tenían dinero la vecina de el frente que manejaba una tienda les fiaba lo que necesitaban y cuando volvían a trabajar iban y pagaban; por eso ahora siente que “no tiene ningún aire que le penetre” queriendo decir que perdieron el apoyo que tenían en comunidad.
El subsidio que recibían de EPM se lo quitaron porque su esposa también era beneficiaría, aunque ellos reclaman que no convivían, habitaban casas diferentes y sus ingresos no eran compartidos.
Adán de Jesús:
Adán de Jesús vivía hace 20 años en la misma casa, hasta que el agua llegó y se lo llevó todo. En ese tiempo trabajaba como jornalero, en el campo o pescando, para ayudarse dividió su casa y separó una habitación que arrendaba, con eso completaba sus gatos.
Su casa azul es una de las que están marcadas con el sello rojo de “NO RETORNO”, de allí los sacó la fuerza pública cuando trataron de regresar después de la inundación y hasta ahora aunque dice que recibe mensualmente un subsidio de EPM le preocupa no tener aún nada definido; pues ese era su hogar y su sustento.
Felipe:
Para Felipe el río es importante como su vida, desde que trabaja esa ha sido su fuente principal de ingresos; es el sustento de su familia, hermanos y de su hijo. Cuenta que en Puerto Valdivia es muy difícil encontrar empleo, las opciones más abundantes implican los negocios ilícitos como los cultivos de coca; por eso aunque el río no era un trabajo fijo lograba obtener de él lo necesario para el día a día.
No entiende cómo el proyecto Hidroituango pudo causar tal afectación al río con la sequía, pues nunca había visto esa cantidad de peces muertos; dice que en ocasiones era normal encontrar uno en la orillas porque se le había quedado a otro pescador. Nunca una mortandad comparada con los cientos que vieron durante esos días.
La vereda
Remolino y Tapias son dos veredas de Puerto Valdivia, se pueden ver apenas se cruza el puente José María Córdova sobre el río Cauca. En ese lugar habían 120 viviendas, quienes las habitaban eran jornaleros o trabajadores independientes; todos se conocían, algunos tenían lazos de sangre y otros habían llegado desplazados por el conflicto.
Es fácil verlo como un lugar hermoso, las casas se extendían a un lado del Cauca, en lo alto de su ribera. Tenían a la montaña protegiendolos y al “Patrón Mono” dándoles de comer. Pequeños arroyos atravesaban los caminos y salían al río, las plantas crecían, crecen aún por montones, invadiendo las paredes de colores.
Al llegar se pueden ver algunas personas que visitan sus antiguos hogares. Las casa tienen paradójicamente la calcomanía de “Hogar censado” al lado de la de “NO RETORNO”, lo que quiere decir que al poco tiempo de que los visitaran para saber quiénes eran y cómo vivían todo les cambió. Las casas que no se llevó el río de una vez quedaron seriamente afectadas, nadie puede vivir ahí.
Ya habían sido evacuados una vez, cuando la montaña que estaba atravesada por la vía hacia la represa se les vino encima. Un año después les permitieron regresar y EPM les regaló una sede comunal, un parque infantil y una placa deportiva, condenadas hoy al abandono por la orden de no retorno; al igual que las casas a estas estructuras se las empieza a comer la maleza y el tiempo.
En las paredes de las casas se ven letreros como “Remolino te amamos”, “Remolino te extrañamos” que contrastan con los muebles que aún hoy están tirados en las entradas, la ropa por el piso y los gatos que buscan comida; el rastro de que allí hubo un momento decisivo en que hubo que huir y dejarlo todo atrás.
El patrón mono
“Estábamos acostumbrados a vivir con el río, subía, bajaba, era un río vivo. El nunca estaba muerto, y nosotros aprendimos a vivir con él.”
A principios de febrero de 2019 todos los ojos se volvieron hacia el Cañón del Cauca, el río siempre majestuoso había disminuido como nunca antes, ni en las sequías más duras, y se temía por el agua, los animales y las personas.
La voz de los campesinos a propósito del hecho es de profundo dolor, no entienden cómo una obra puede cambiar en tal magnitud la presencia siempre desafiante y maravillosa de la naturaleza que han conocido. Se sabía que el caudal del río regresaría, después de cerrar la casa de máquinas y esperar que el agua fuera capaz de trepar los más de 200 metros de la pared de la presa; pero aún cuando eso pasara nada volvería a ser como antes.
Era sorprendente llegar a Puerto Valdivia, para los desconocidos pasar por ahí sería tal vez ver un panorama común y corriente, un río de tamaño mediano, color verde y aguas muy tranquilas. Pero quienes lo conocen desde siempre saben lo que le faltaba: las inmensas cantidades de agua que se subían por las playas de roca y llegaban casi hasta los sótanos de las casas, el color café que indica la riqueza de sus minerales y la fuerza de su caudal.
Las pantallas del país estaban invadidas por cientos de imágenes de peces atrapados y personas tratando de salvarlos. En Puerto Valdivia los esfuerzos por rescatarlos se concentraban alrededor del puente José María Córdova; pero solo unos kilómetros arriba o abajo del puerto donde las cámaras no llegaban era que se veía la magnitud de la tragedia.
Las anchas piedras se quemaban al sol, dejando ver las marcas de donde antes había agua; y el olor a pescado podrido se sentía muchos metros antes de llegar a la orilla. Abajo en las aguas arremolinadas por la pérdida de caudal y el choque con las piedras expuestas, cientos, miles de pequeños peces parecían metidos en agua hirviendo. Daban vueltas y vueltas, saltaban contra las corrientes una y otra vez en la busca de zonas más profundas y aguas más frescas.
Eran tiempos de una subienda que se convirtió en banquete para los gallinazos, una que los ribereños nunca van a olvidar.